sábado, 1 de marzo de 2014

Dos almas

Mientras caminaba detrás del ataúd, sus pasos se hacían tan lentos que parecía que andaba hacia atrás en vez de hacia delante. Miraba a todas las caras mirándole de vuelta con cara triste. No entendía esa expresión. En el fondo no lograba entender nada. Ni siquiera el por que no podía llorar a pesar de saber que tenia que hacerlo. Era lo normal. Se había muerto su compañero, su amigo, su amante; pero a ella solo le daba por pensar que iba a hacer ahora, sola, con 2 hijos pequeños. Todas esas lágrimas estaban bien, pero ella estaba demasiado preocupada discerniendo sus próximos meses como para perder el tiempo en llorar.

Mientras entraban en el cementerio, la gente le daba la mano y la rozaba diciéndole las manidas "te acompaño en el sentimiento" o "se ha ido tan pronto" o "te doy un sentido pésame por la perdida de tu marido". A todas ellas, solo sabia que mirar, asentir y sonreír. Una sonrisa distante y mecánica, como si le hubiera tocado un premio muy grande y todavía no se lo terminara de creer. Lo malo de esto es que cuando despertara a la realidad, no daría saltos de alegría sino que se caería rota del dolor; pero ella no quería pensar. Todavía no. Sus hijos eran lo más importante ahora.

Mientras el cura decía el sermón ella veía a la gente llorar y le hacían sentir culpable. Culpable por no sentir pena sino rabia. Rabia por haberle dejado sola con ese paquete. De repente se dio cuenta que siempre había sido así. Él siempre se había escurrido cuando había algún problema. "Menos mal que tu eres tan fuerte" le solía decir. Si, ya. Hasta las narices de ser tan fuerte. ¿Por que le habían colgado el San Benito de la fortaleza? ¿Por que tenia que ser ella siempre la que se tuviera que atar los machos y tirar con el carro para adelante? ¿Por que había sido tan egoísta de haberle dejado sola con este lio?. ¿ Por que le había querido tan poco?.

Y con esa rabia dentro empezó a llorar. Un llanto amargo de ira, de hartura, de cansancio. En ese momento la gente se emociono aun más, al verla por fin reventar de dolor. Ella lloraba, reprochandole interiormente su egoísmo, su maldad, pero luego al tranquilizarse se dió cuenta de todo. De que se le había ido su otra mitad, su gran amor. Toda la rabia que sentía era realmente rabia por que el destino se la había jugado. Le había dado una partida tan atroz que era de locura y sabia que si él le estaba viendo desde la otra dimensión, le estaría cogiendo la mano y diciéndole "Animo, que yo se que tu puedes. Me duele no haber sido yo el que pasara por este dolor y te ha tocado a ti. Lo siento". Y como si ella acariciara una mano invisible, sabia que era verdad. Que a pesar que ella era tan fuerte, lo era por que él le daba esa fuerza, esa confianza que le hacia indestructible. Él sabia que para ella era importante tener todo en control y sentirse así, por eso él se dejaba mecer por ella.

Ahora esa voz venia de sus hijos. Ellos le pedían un poco de cordura en todo este caos y por ellos seria fuerte también. Por ellos haría que desde donde él estuviera, le viera con ojos orgullosos. Se seco los ojos con el pañuelo y miro hacia el cielo. A pesar de que no estuviera presente lo sentía más cerca que nunca. Ahora sus almas estaban en un solo cuerpo unidas para siempre. Desde aquí la protegería para que no sufriera más.