sábado, 24 de noviembre de 2012

Soledad

Mientras miraba las fotos, su mirada se quedaba en blanco. Se levanto un instante para coger el paquete de cigarrillos y mientras se encendía uno, cogío una foto y se apoyó en el respaldo de la silla. La foto tenia tanta vida que podía transportarse a aquel mismo instante sin pensarlo. Podía oír las risas de aquella gran sonrisa y podía ver el pestañear de aquellos ojos tan brillantes que le devolvian la mirada. Aquella sonrisa enigmática que le hizo volverse loco tantísimas veces.

Ahora todo aquello formaba parte del pasado. Aunque aquellas fotos eran atemporales en papel físico y en su alma, sabia que nunca más se iban a repetir, y aquello le rompía el corazón de tal manera que sus ojos habían dejado de tener vida desde hacia meses y habían dejado de llorar de tanto dolor.

Por su culpa. Todo había sido su culpa. Había dejado que la monotonía confundiera amor y pasión. Dejo que la pereza y las ganas de acabar con la rutina lo rompiera todo y lo exterminara como un campo de minas. Sabia que había roto la magia del amor, ese algo tan sutil que no se sabe como aparece pero que tan frágil es que cuando esta unida es muy fuerte pero cuando se rompe no hay pegamento que lo pueda unir.

Aun maldice aquella embriaguez de pasión que hizo que todo mereciera la pena, que le hizo ajeno al dolor del amor verdadero y egoísta a sus pasiones más bajas. La pasión era lo más importante, pensando que incluso era más importante que el amor. Pero cuando la pasión se seco no quedo nada. Era un paisaje desolador de vació y muerte donde el alma gritaba y el pecho se sentia vacío, sin esperanza y con un montón de recuerdos.

Ya era demasiado tarde. Ya no se puede dar marcha atrás. Ya esta todo roto. Ya esta todo el daño hecho. Ya solo le queda aprender del error y aprender a amar bien. El darse cuenta que el amor de verdad no se puede reemplazar y deja herida de muerte al saberse que no va a tenerse de nuevo. Y mientras coge la guitarra sus dedos tocan una melodía triste pero llena de sentimiento. La guitarra llora por esos ojos secos.

Y mientras el día va amaneciendo y la luz entra por la ventana, él deja la guitarra y mira el sol. Vuelve a sacar otro cigarrillo y le da un sorbo al whisky que le queda en el vaso.  Su cara esta arrugada, no de mayor, sino de cansado. Cansancio de no dormir  y de no soñar. Cansado de verse solo en una casa llena de recuerdos, tan llena que no deja que entre ninguno más. "Todo esto pasará" piensa él, en un amago de darse ánimos, pero la sonrisa que aparece en su cara no es de esperanza, sino sarcástica. Sabe que lo que ha perdido es más importante que nada de lo que le pueda pasar desde ahora. Apaga la luz y cierra los ojos.

 

jueves, 1 de noviembre de 2012

La antimadre

Vestida de blanco, con un camisón largo, comprado en unos grandes almacenes aconsejada por todas sus amigas que habían sido mamas hacia unos años. "El blanco es el mejor. Piensa que lo vas a utilizar mucho en el hospital. Mejor blanco por que se puede meter en lejía. Ya sabes lo difícil que es quitar las manchas de sangre." Quienes mejor que las madres para aconsejarla en estos menesteres.

Mientras coge el cuchillo recuerda la primera vez que fue a la consulta. "Sientate Sara. Lo que te tengo que contar no es fácil. A ver.....tienes una malformación congénita en el utero. Eso te va a impedir tener hijos. Hoy por hoy hay muchas alternativas, como la adopción." Sara no se podía creer lo que estaba escuchando. Desde pequeña su sueño había sido ser madre. Ese milagro de la naturaleza de poder crear vida en tu cuerpo. El regalo de poder gestar y sentir una persona dentro de ti, una persona con tu adn, una miniversión de ti mismo.

Mientras corta el trozo de carne de su plato las gotas de sangre gotean en su vestido blanco. Sigue recordando aquel día tan importante en su vida. Como las palabras de su ginecólogo se agolpaban en su cabeza y como su mente rechazaba todas las palabras que estaba oyendo. Aquello era imposible. Su único sueño roto en mil pedazos. No podía ser real que no tuviera la oportunidad de ser la madre perfecta. Aquella madre que daba vida, que cuidaba, que amaba, que egoistamente daba vida para dársela a ella misma y hacerse inmortal.

Mientras comía el trozo de carne lo saboreaba al máximo. Era como si cada pedazo que se ponía a la boca tuviera la función de saciarla. Pero no un saciar físico solo, sino también buscaba saciar el alma.
Desde aquel día había asistido a muchas visitas de psicólogos para poder poner fin a todas las voces en su cabeza. Unas voces que no paraban. Que le decían que ella había nacido para ser la perfecta madre. Ninguna propuesta, ninguna solución dada era la correcta. Harta de todos los consejos e ideas estúpidas, decidió hacer lo que le parecía mas lógico.

Mientras tragaba los trozos de carne las lágrimas acudían a sus ojos.  Lágrimas de  perfección. Finalmente estaba cumpliendo su cometido. Finalmente estaba sintiendo esa misma emoción. Ya que no podía ser la perfecta madre iba a ser la perfecta antimadre. Iba a hacer el camino al contrario. Iba a quitar vidas en vez de darlas y en vez de formar cuerpos dentro de si, iba a engullirlos para tenerlos dentro de su cuerpo también. Ese momento donde ese cuerpo estaba dentro de si era el momento de paz que ella buscaba, esa comunión de cuerpos que añoraba de manera natural y que ella recreaba para buscar ese momento de felicidad que tienen las madres al sentir un cuerpo dentro de ellas.

Apartando el cuerpo sin vida que yacia en el suelo se sento en el sofa. Mientras su estomago digería la carne, ella se reclinaba y se tocaba la barriga. "Por fin estas hay, dentro de mi. Te quiero tanto. Eres mi hijo. Mi hijo perfecto. Y yo soy tu perfecta antimadre"